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Manuel H. Mompó
De padre pintor y profesor de Dibujo, Manuel Hernández Mompó hizo estudios de Pintura en la Escuela de Arte y Oficios Artísticos y en la Escuela Superior de Bellas Artes de Valencia a partir de 1942. Un año antes había realizado ilustraciones para cuentos.
En los años de sus estudios de Bellas Artes entra en contacto con pintores como Manolo Gil, Eusebio Sempere y Javier Clavo, obteniendo en 1946 la Medalla de Oro de Pintura en la Exposición de Arte Universitario de Valencia.
Su primer deslumbramiento pictórico lo tiene a raíz de conocer in situ, en París, en 1951, la pintura impresionista y las vanguardias pictóricas. En ese viaje traba amistad con Juana Francés, Chillida y Escassi.
En 1954 marcha a Roma, residiendo en la Academia Española de Bellas Artes, y allí conoce, entre otros, a Salvador Dalí, Giorgio de Chirico, Ataulfo Argenta, Lucio Muñoz y Luis García Berlanga.
Continuando sus viajes, en 1955 marcha a Holanda donde queda impresionado por las colecciones de sus museos, especialmente los de Stedlejik Museum y Kröller Muller, además de fascinarle la pintura de Rembrandt y Vermeer. Este mismo año participa en la II Bienal Hispanoamericana.
En 1956 regresa a España, donde realiza algunas exposiciones, y al año siguiente conoce a Andreu Alfaro, Antonio López García, Juan Barjola y César Manrique. En 1958 se interesa por la técnica del mosaico, que estudia gracias a una beca de la Fundación Juan March, colaborando con el arquitecto José Luis Fernández del Amo. Este año traba amistad con José María Moreno Galván, José Guinovart y Albert Ràfols Casamada.
Gran parte de sus frecuentes viajes en las décadas 1950 y 1960 tienen como finalidad el conocimiento de la pintura existente en estos países. 1968 será el año clave para el devenir artístico de Mompó, pues participa en la XXXIV Biennale de Venecia y obtiene el Premio de la UNESCO. Además, realiza para la Galería Maeght de París un conjunto de obra grabada.
En la década de los 70 se instala en Mallorca, donde continúa su labor artística y expositiva. Su pintura permaneció, a pesar del paso de los años, siempre fiel a una constante que ya se adivinaba en sus primeros dibujos infantiles. Escribe el artista en 1984 que “son el principio de lo que será una constante en mi obra. Un espacio abierto, un paisaje y mucha gente en colectividad. Están de fiesta. En libertad”.
A finales de los 70 realizó esculturas u objetos tridimensionales pintados. Algunos de ellos de metacrilato o chapa metálica, sobre los que realizaba sus dibujos. En muchas de las esculturas de chapa añade recortes e incisiones que emulan un collage de papel.
Adscrito a la vanguardia, desde la soledad del trabajo, y sin necesidad de acudir a nuevos materiales o innovaciones técnicas, su temática permaneció fiel a unas constantes en las que los rasgos caligráficos y notas de color inundan el lienzo.
En sus escritos siempre recogió una suerte de panteísmo pictórico, del que no es ajeno su pasión por lo oriental: nubes, pájaros, soldados, campesinos… La pintura de Mompó reivindica, a su vez, las cuestiones espaciales, queriendo que sus cuadros sean espacio. Que sean blancos, cada vez lo serán más, para instalar en ellos sus signos, a modo de escenas, o más bien fragmentos o ecos de escenas, de cosas que pasan o han pasado. Escenas de las que muchas veces parecen no quedar más que los ecos, sugerencias que tienen que ver con el enigma del fragmento atrapado, detenido o ralentizado. Ese trozo de vida en el que, en palabras del artista, “pasan cosas”, hay materia, gentes y espacios, pero también sugerencias y sensaciones.
Muchas de estas sugerencias tienen que ver con ese ir y ocultarse de los signos de Mompó, que parecen ir y venir del blanco al blanco, no superponiéndose sino apareciendo y desapareciendo. Lo que Moreno Galván había llamado “la alusión y la elusión” de Mompó.
(Fuente: Biografías de la Real Academia de Historia)
Valencia (España), 1927 – Madrid (España), 1992
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